Érase una vez un niño de ocho años llamado Marco que vivía en Asís, la ciudad de los ángeles.
A Marco le encantaba pasar tiempo con su abuela, que siempre le llevaba por la ciudad para descubrir nuevos lugares encantadores.
Le encantaba pasar los días a la sombra de un gran roble en la ciudad de Asís, sentado en una manta a cuadros. Era su lugar favorito porque le hacía sentirse sereno y feliz.
A lo lejos, Marco podía ver las verdes colinas de Umbría y la silueta de la basílica de San Francisco.
Sacó de su bolsa un bocadillo de salami y queso, acompañado de una botellita de agua fresca. Marco se sentó en la hierba y empezó a comer, mirando a su alrededor. Estaba rodeado de una naturaleza exuberante y virgen, con un cielo azul y una ligera brisa acariciándole la cara.
Asís les rodeó con sus colores y la paz de la naturaleza mientras creábamos recuerdos inolvidables que llevarían en el corazón para siempre.
La abuela me señaló la iglesia donde había hecho la primera comunión y me habló de los juegos a los que jugaba de niña mientras yo escuchaba embelesada sus palabras y me enamoraba cada vez más de su historia.
Mientras comía, Marco miró a su abuela y sonrió. Estaba agradecido por estos momentos especiales con ella, y sabía que estos recuerdos permanecerían en su memoria para siempre.
La colina estaba rodeada de flores silvestres y árboles mecidos por el viento. Marco se sintió como en un lugar mágico, donde el tiempo se detuvo.
El sol que se filtra entre las ramas del roble crea un ambiente cálido y relajante. El niño Marco parecía saborear cada bocado del bocadillo, como si fuera la comida más deliciosa que hubiera comido nunca.
A Marco le encantaba pasar tiempo con su abuela y escuchar sus historias. Pero había algo extraño en ella, algo que le hacía sentirse aún más especial.
Era como si la abuela tuviera un poder mágico, que siempre la hacía feliz y la llenaba de alegría. El niño sabía que era un ángel, que había bajado a la tierra para visitar a su nieto, como hacía a menudo cuando iba a ese lugar tan especial.
La hora de la merienda con la abuela siempre era una aventura, y esta vez no fue diferente.
Mientras comían, la abuela empezó a contarle al niño una historia mágica. Habló de la belleza de la vida y de la importancia de agradecer cada momento especial.
Pero lo que el niño no sabía era que la verdadera magia estaba ocurriendo ante sus ojos. La abuela se levantó y se transformó en un ángel, con las alas brillando al sol. El niño quedó sobrecogido por la belleza de aquella visión y se quedó sin habla.
El ángel le sonrió y le dijo: "Nunca olvides este momento, mi querido nieto. Siempre recordarás esta merienda bajo el roble como uno de los momentos más especiales de tu vida". Y con estas palabras, el ángel desapareció, dejando al niño con una sonrisa en los labios y el corazón lleno de alegría.
En este momento idílico, Marco se dio cuenta de que la vida está hecha de momentos como éstos, de pequeñas cosas que hacen grandes los días. Y decidió que intentaría capturar esos momentos y preservarlos para siempre.
A partir de aquel día, cada vez que el niño iba a su lugar secreto bajo el roble, sentía la presencia del ángel que le vigilaba y protegía. Y ese momento especial con su abuela siempre estaría vivo en su memoria, como un tesoro precioso que nunca olvidaría.
Asís es la ciudad de la paz y la fe donde vivieron los santos Francisco y Clara, y su centro histórico es una maravilla que atrae a turistas de todo el mundo.
Las murallas medievales nos cuentan la historia de una época pasada, las iglesias y monasterios nos encantan con la belleza de sus obras de arte.
La naturaleza nos envuelve con sus colores y la paz de las montañas nos arrulla mientras la espiritualidad nos impregna y nos hace sentir en paz con nosotros mismos.
Asís es un lugar especial, lleno de historia y de fe, un lugar donde el corazón se abre y donde los recuerdos quedan impresos para siempre en nuestra memoria.